sábado, 6 de octubre de 2007

Lista de gatos literarios




In memoriam Fiona, la gatita que me hacía compañía.
—Los gatos de mi casa no hablan.
—¿No? —se extrañó el animal.
—No —contestó Coraline.
El gato saltó con elegancia desde el muro hasta los pies de la niña, y la miró fijamente.
—Bueno, tú eres la experta en estas cosas —comentó el gato con sequedad—. Al fin y al cabo, ¿qué puedo saber yo? Sólo soy un gato.
Comenzó a alejarse con la cabeza y la cola muy erguidas, en un gesto de orgullo.
—Vuelve, por favor —le pidió Coraline—. Lo siento, lo siento de veras.
—El animal se detuvo, se sentó y se dedicó a limpiarse concienzudamente, ignorando la existencia de la niña—. Nosotros..., en fin, podríamos ser amigos, ¿no crees? —añadió.—
También podríamos ser raros ejemplares de una exótica raza de elefantes africanos bailarines —respondió el gato— pero no lo somos. Por lo menos —continuó con tono rencoroso, tras clavar una breve mirada en Coraline— yo no.
La niña suspiró.
—Perdóname, por favor. ¿Cómo te llamas? Mira, yo soy Coraline, ¿vale?El gato bostezó cautelosa y prolongadamente, revelando al hacerlo una boca y una lengua de un asombroso color rosa.
—Los gatos no tenemos nombre.
—¿No? —dudó Coraline.—No —corroboró el gato—. Vosotros, las personas, tenéis nombres porque no sabéis quiénes sois. Nosotros sabemos quiénes somos, por eso no necesitamos nombres.
[...]

Entonces algo peludo se restregó contra ella de forma suave e insinuante. Coraline dio un salto, aunque respiró aliviada cuando comprobó de qué se trataba.
—Oh, eres tú —le dijo al gato.
—¿Lo ves? —repuso este—. No es tan difícil reconocerme, aunque no tenga nombre.
—Ya, ¿y qué hago si quiero llamarte?El animal frunció el hocico y no se dejó impresionar por la pregunta.
—Llamar a los gatos es un ejercicio sobrevalorado —confesó—. También podrías llamar a un torbellino.
—¿Y si fuese la hora de comer? ¿No te gustaría que te llamasen?
—Por supuesto. Pero con gritar "¡A comer!" es suficiente. ¿Ves como los nombres no son necesarios?"

En Coraline, de Neil Gaiman.
The naming of cats is a difficult matter.
It isn't just one of your holiday games.
You may think at first I'm mad as a hatter.
When I tell you a cat must have three different names.

En Old Possum's Book of Practical Cats, de T.S. Eliot.

Desde chico —no tenía más de cincuenta días cuando Emilio lo dejó en casa— mostró esa peligrosa inclinación por los bordes, los extremos, las aristas, los márgenes y cualquier sitio desde donde fuera posible derrumbarse. Su misma aparición estuvo marcada por una señal de riesgo aéreo.
Hace unos años Emilio —Emilio es nuestro vecino— lo descubrió encaramado en la punta de su acacia, que es el árbol más alto de la cuadra; y lo bajó no porque Fernández diera muestras de sentirse en peligro sino precisamente porque todo hacía suponer que se quedaría allí para siempre. Vaya a saber por qué razón, siguiendo qué impulso, Emilio tocó timbre en casa, nos entregó a Fernández —que hasta ese momento nunca había sido nuestro— y se fue. Un gesto tan natural y sorpresivo que no nos dio tiempo a reaccionar. A ver si se entiende: no parecía un regalo sino una devolución, sólo que esta vez no habíamos perdido nada y menos a Fernández, a quien —repito— no conocíamos excepto por haberlo visto ese día en la punta de la acacia. Emilio es uno de esos vecinos que siempre devuelve la pelota de mis hermanos cuando cae en su jardín; pero eso no era una pelota, por lo que no supimos si correspondía darle las gracias o no. Ahora que lo pienso nunca aclaramos con él ese asunto.
Desde ese día Fernández está con nosotros. (El nombre se lo puso mi madre, inexplicablemente, ya que no es un nombre sino un apellido, que no es el nuestro y ni siquiera el de Emilio.)




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